El principal reto de este proyecto fue ayudar a la pareja a descubrir cómo querían representar su boda a través de una invitación. Desde el principio, tenían claro que buscaban un diseño elegante, clásico y con personalidad, pero no sabían cómo trasladar esas ideas a un lenguaje visual concreto. No tenían definido un estilo gráfico, una paleta de colores ni una tipografía de referencia, y tampoco contaban con ejemplos que sirvieran como punto de partida. La falta de claridad en estos aspectos hacía que el proceso requiriera una labor de exploración conjunta, en la que el objetivo no era solo diseñar una invitación bonita, sino encontrar una estética que resonara con ellos y que reflejara su forma de ser como pareja. Sabían lo que no querían —una invitación genérica, recargada o sin alma—, pero necesitaban una propuesta que les ayudara a ver su boda reflejada en un papel. El reto, por tanto, no era simplemente gráfico, sino también conceptual: interpretar su personalidad y estilo en un diseño visual coherente, sobrio y con carácter propio.